Libro 1

I. El Voluntario

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Hace 500 años, Baal, el señor del mal, apareció entre nosotros y comenzó su labor de dominio, destrucción y muerte.
Quienes añoran la libertad luchan contra él. Nuevas razas aparecieron y otras emergieron de las sombras: Los Elfos, que habitan en el bosque. Los Orcos, que eligieron la guerra. Los Minotauros, que protegen a Gaia, razón por la cual son cruelmente exterminados. Los Centauros, que no poseen hogar y viven como nómadas. Los Humanos, que se han hecho fuertes y grandes para sobrevivir en este mundo.
Muchas más razas han despertado de un gran letargo y ahora conviven con la maldad.
En los cielos se esparce el venenoso humo que emanan las fábricas de las fortalezas Descarna, producidas por las gigantescas hogueras que los Grells, los soldados del mal, mantienen vivas.


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En algunos lugares, enormes nubes de gases oscurecen el día. Baal y sus huestes de muertos y criaturas terribles asolan el planeta destruyendo todo a su paso.
Pocos reinos y gobiernos humanos conservan su libertad, sin embargo, brilla aún en los corazones la esperanza de que florezca una alianza entre las razas para detener al enemigo.
Pero en el corazón de todas las razas también existe el miedo y la desconfianza.
Este es el mundo donde naciste. No importa ya de qué raza seas, porque a todos, como a ti, solo les espera la adversidad.
Tú tienes un deber en la gran aventura que podría liberar a la tierra, aunque no lo creas. Criaturas terribles querrán derrotarte, pero encontrarás amigos valientes que te revelarán cuál es tu misión. Tú no puedas verme, pero yo, Gaia, te estaré cuidando.
(*Gaia: espíritu del planeta)


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Thaus es un pequeño poblado rodeado por las ruinas de antiguos edificios. Son las tristes huellas de las batallas que eclipsaron su antiguo esplendor. Alguna vez fue una hermosa y gran ciudad. Y aunque las ruinas traen dolorosos recuerdos, sirven de casualidad como camuflaje para lo que queda de Tahus.
No hay muchos hombres mayores de veinte años en Thaus pues han partido a la guerra. Las mujeres, niños, jóvenes y ancianos del pueblo trabajan juntos para sobrevivir en tareas que benefician a toda la comunidad.
Comida y agua no les falta, aunque la cuidan y racionan: en otros lugares, el alimento es muy escaso y un puñado de arroz puede provocar una pelea mortal.
Un gran bosque está cerca de las ruinas que protegen a Thaus de modo que se convierte en una zona de difícil acceso para los extranjeros.
Oli y su familia vivieron aquí desde siempre, pero ahora sus padres ya no están con él porque fallecieron cuando él era un niño.


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En la plaza de Thaus el pueblo se ha reunido. Esiquio, el alcalde, los ha convocado porque un peligro los amenaza. Las calles, a esta hora, huelen a panes recién horneados y a pescados fritos: todos acaban de almorzar.
Oli ha llegado intrigado a la plaza. De pronto, un pescador anciano se pone de pie, Esiquio alza las manos y pide silencio para escucharlo: “Hace una semana que no podemos llegar el río. Un Troll que vive por los alrededores nos ha hecho huir muchas veces y quizá nos mate si seguimos intentándolo. Si encuentra nuestro poblado, sería desastroso.”
Esiquio se rascó la blanca barba y dijo: -La comida es escasa, y aunque cada vez hay menos peces en el río, lo poco que pescamos es muy importante para nosotros. Debemos alejar al Troll y necesitamos voluntarios para esta tarea.



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Un rumor de angustia cruzó la plaza. Frente a Esiquio había mujeres niños, muchachos y ancianos, y algunos hombres minusválidos por consecuencia de las batallas.
Muchos deben haber pensado lo mismo: los Troll salvajes son enormes, increíblemente fuertes y usan armas pesadas y mortales. Pero Oli fue más allá: “qué podría hacer yo contra uno de ellos, soy delgado, poco diestro con la espada, jamás he peleado, y sin embargo, debo hacer algo.”
Entonces levantó la mano, y sintió cómo se le hacía un nudo en la garganta. Percibió cientos de ojos sobre él, escuchó a su corazón latir como si cuarenta caballos galoparan en su alma. La sangre corrió por sus venas a tal velocidad que el calor de su cuerpo parecía incrementarse, sintió que su rostro estaba punto de estallar, y pensó “cielos, qué he hecho”.


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Esiquio le dirigió una mirada de compasión y de respeto, se tomó el mentón y lo llamó a su lado para decirle:
“Hijo, es muy valiente que te ofrezcas como voluntario. Soy amigo de Oswald, tu abuelo, y lo fui de tu padre. Te conozco desde que eras solo un bebé, y me alegra tu nobleza, que es la nobleza de tu padre, y la de tu abuelo y la de toda tu familia valerosa. Estoy seguro que aunque joven, podemos confiar en ti, pero esta es una tarea difícil y arriesgada, necesitarás ayuda, y no dudo que tu valentía impulsará a otros a ofrecerse a emprender esta peligrosa misión”
Cuando Esiquio terminaba de hablar, otras manos se levantaron sobre las cabezas de la gente, eran tan jóvenes como Oli, y tan valientes como él.



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Camino a casa, Oli pensaba en la armadura que se haría con las armas que le arrebataría al Troll. Sería hermosa como la de los grandes héroes. Siempre había soñado con ser un gran guerrero y dirigir ejércitos que derrotarán un día a los malvados Grells.
Por fin saldría del pueblo para conocer el mundo que sus ancestros habían recorrido en su lucha contra el mal y acaso descubriría cómo murieron sus padres.
Al día siguiente, los golpes en la puerta de su casa lo despertaron. Oli dejó la cama y cuando abrió se encontró cara a cara con Siron.
-Iremos juntos en esta misión y sabes perfectamente que yo mataré ese a sucio Troll. Enano, espero que no interfieras en mi próxima hazaña… será mejor que no te apartes de mí, quizás así estés a salvo y aprendas algo… -y al decir esto se fue.


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Siron había sido una pesadilla para Oli, lo había golpeado o quitado algo desde pequeños. “¡Esta vez será diferente!” pensó Oli y metió un puñetazo a la puerta, pero se arrepintió de hacerlo porque le dolió la mano. Camino a la cocina, la puerta sonó de nuevo.
“Esta vez no aguantaré una más de tus burlas, Siron”, pensó y caminó con determinación, y acaso le metería un golpe en la nariz. Tomó aire para gritarle algunas verdades y cuando lo iba a hacer, los ojos que lo miraron desde la puerta lo desinflaron. Era Tari, Oli pensaba que era la chica más bella del pueblo.
Din mediar palabra, Tari se le colgó del cuello apenas lo vio.
-¿Qué pasa? –preguntó Oli y la sintió llorar.
-Tengo miedo de que no vuelvas –dijo ella,
-Vamos, Tari, solo es un Troll, un gran pedazo de carne sin sesos.
-Pero golpean fuerte.


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-Eso sí es verdad. Pero somos varios, incluso viene conmigo el insoportable de Sirón.
-Sí, lo vi cuando se iba de tu casa –dijo Rosita- ¿Qué te dijo?
-Las mismas tonterías de siempre. He pensado que lo pondremos adelante, para que reciba los golpes, como es “pesado”, a lo mejor resiste más.
Tari sonrió, era lo que Oli esperaba.
-Cuando regreses te tendré algo de comer muy delicioso –dijo Rosita
-Pero trandás que cocinar mucho, porque vendré con el hambre de dos Trolls –le dijo Oli.
Tari se llamaba en realidad Tarissa, también era huérfana, como tantos otros chicos de la aldea.
Cuando Tari se fue, Oswald, el abuelo de Oli lo estaba esperando en la sala.
-Toma –le dijo-, es el correaje de tu padre cuando tenía tu edad y una espada que he guardado para ti e hice afilar anoche.
-Gracias abuelo.


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Una hora después, Oli se reunió con los de la misión: iban con Oli, Ely, Siron y Yamel, todos de quince años, menos Siron que tenía dieciocho.
Siron iba a caballo, desde su montura miró con desprecio a los otros y tomó la delantera. Yamel y Ely eran hermanos, amigos de Oli desde pequeños. Compartían los tres el mismo desprecio por Sirón, ya que habían sufrido juntos sus abusos. Pero la ventaja en fuerza y tamaño que antes había aprovechado el grandulón comenzaba con el tiempo a desaparecer.
Según el anciano pescador, elTroll estaba a unas dos horas de camino. Atravesaron los escombros de la antigua Thaus, llegaron al bosque y tomaron la única senda que los conducía al río.
Sirón iba adelante, hablando solo, como si todo el mundo pusiera atención a sus palabras.


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-Y allí estaba yo frente a un enorme lobo salvaje. No tenía arma alguna y la noche era oscura. El lobo daba vueltas a mi alrededor. Entonces cogí una piedra, y cuando se lanzó sobre mí, lo golpeé con toda mi fuerza en la cabeza. Ese día conseguí este abrigo, jajaja, eh, ¿qué ocurre? -dijo de pronto Sirón
Oli, sin hacerle caso, puso atención a un sonido como el de los cascos de un caballo.
-¡Son unos miedosos! ¡Están asustados como ratones! ¡Valiente ayuda serán! -dijo Siron que continuó con su perorata mientras Ely, Yamel y Oli intercambiaban miradas y caminaban cada vez despacio. Sirón no se dio cuenta de que estaba dejando atrás a los otros. Oli intentó llamarlo. Estaban ya cerca del río, y el olor desagradable y extraño que ahora percibían, no podía ser otro que el emanado por el Troll.









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Siron pareció darse cuenta de lo mismo y, al mirar atrás, descubrió que el grupo estaba rezagado. Mirándolos con ira, señaló hacia los árboles y desenvainó su espada.
-Ha visto al Troll –dijo Ely.
Los ruidos de Siron alertaron a la bestia que salió de su escondite y se asomó al camino. Entonces pudieron verlo: era casi tan alto como dos hombres parados uno sobre el otro, tenía una armadura de cuero y metal que le cubría parte del pecho y la espalda, pero dejaba libre los costados donde unas sogas unían ambas partes. Llevaba enormes brazaletes en las muñecas.
El caballo de Siron se espantó y éste perdió el control del animal, resbaló de su montura, se hizo un nudo en las piernas con las correas y quedó colgado del cuello del caballo que aterrado corrió como loco y se perdió entre los árboles.





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Ely ,Oli y Yamel, veían al troll, y aunque los impresionaba, no pudieron evitar reír en silencio por la torpeza de Sirón.
Pero la situación no estaba para bromas.
El Troll intentó alcanzar a Siron, pero le era imposible tener la velocidad de un caballo, de modo que desistió. Entonces olfateó y se dio cuenta de que Siron no estaba solo. Dio vuelta sobre si mismo y se encaminó hacia Oli y sus amigos que en un triz se ocultaron entre los árboles y arbustos al lado del camino.
Oli vio entre las ramas que la bestia se acercaba guiada por su olfato.
Oli hizo unas señas a Ely y Yamel para que fueran cada uno por un costado, así rodearían al Troll y lo atacarían por tres flancos: todos tenían desenvainadas sus espadas.
Los pasos del Troll hacían temblar a la tierra.












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“Viene hacia mí” pensó Oli. Una gota de sudor resbaló por su mejilla. Se agazapó detrás de un viejo árbol. Su corazón galopaba como el caballo enloquecido de Siron. Los pasos de la bestia se escuchaban cada vez más fuertes. Cerró los ojos y recordó a su padre jugando con él a pelear con espadas, enseñándole algunos movimientos. El recuerdo fue tan vivo como si realmente su padre acabara de estar ahí.
Oli decidió ponerse de pie y llamar la atención del Troll para que sus amigos atacaran por los costados. Al incorporarse, vio a la bestia que lo había detectado sólo con su olfato, había levantado su martillo y ahora lo lanzaba contra él. Oli se agachó velozmente y sintió un zumbido pasar por encima de su cabeza, en seguida oyó una explosión: detrás de él volaban las astillas del tronco de un árbol



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ElTroll resoplaba. Empuñaba un enorme y pesado martillo en la mano derecha. Volvió a levantar el arma, con lentitud, y una vez más lanzó un golpe contra Oli.
Pero el martillazo dio en el suelo, Oli lo había esquivado otra vez. Ely y Yamel aprovecharon el momento. Se acercaron por los costados y lanzaron el filo de sus espadas contra las piernas del animal. Le hicieron dos cortes en los muslos, pero no fueron profundos. El Troll tenía grueso el pellejo y los tajos le arrancaron solo un grito de rabia, aunque también llamaron su atención. El Troll miró a ambos lados, indeciso sobre a quien golpear primero.
Oli tuvo entonces su oportunidad de atacar, y lo hizo, con todas las fuerzas que tenía e hirió la rodilla de la bestia que comenzó a manar mucha sangre.
El Troll rugió de dolor.







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Ely se acercó a la bestia seguro de que lo golpearía con más fuerza, pero el Troll lo dio un manotazo con la izquierda. Ely salió disparado hacia lo alto de un árbol y desapareció entre las ramas. Yamel lanzó un grito y atacó furioso. El Troll intentó cubrirse y el filo de la espada de Yamel lo hirió en la mano.
El Troll miró la herida, confundido. Ely, recuperado, se asomó desde la copa del árbol, lanzó su espada y le dio al troll en la nuca. Yamel cargó y clavó su espada por entre las costuras de la armadura. La criatura cayó de rodillas. Cuando intentaba levantarse, Oli alzó su espada con ambas manos y asestó una estocada final. El Troll cayó de bruces y no volvió a moverse.
Los muchachos estaban cansados, algo había cambiado en sus miradas, y ahora se sabían guerreros.

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Cuando le quitaban la armadura al Troll, oyeron un sonido entre las ramas. Empuñaron sus armas, pero de entre los árboles, solo salió el caballo de Siron que galopaba enloquecido, y corría en dirección al pueblo. Sirón seguía enredado en las bridas y colgado del cuello del animal.
Los muchachos sonrieron. El martillo y los brazaletes eran de buen metal, con ellos podían hacerse espadas y cuchillos.
Ely y Yamel se quedaron con el enorme martillo, que era más fácil llevar entre los dos. Oli escogió la armadura y los brazaletes.
En el pueblo había gente esperándolos en la plaza y entre ellos Tari, que corrió hacia Oli y le dio un abrazo con lágrimas de alegría.
-Sabía que lo lograrías –le dijo Tari-. Ahora, prométeme que no harás algo tan tonto como esto otra vez.

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Oli pensó que si le prometía no volver a hacerlo y se presentaba alguna situación en la que tuviera que intervenir, tendría que romper su promesa, pero si no lo prometía, ella estaría triste y enojada.
-Solo puedo prometerte algo –le dijo Oli-, no dejaré que absolutamente nadie te haga daño, ni a ti ni a quienes amo.
Tarissa, mirándolo a los ojos, le dijo tiernamente
-Eso lo sé.
-Oye –dijo Oli- me prometiste algo esta mañana y creo que esa promesa debes cumplirla de inmediato porque desde el desayuno no he visto nada.
-Ven a casa, te prometí una cena, y te la daré. Tu abuelo también te espera.
-Bien, pero antes tengo dos cosas qué hacer, y la primera será darme un baño.
-Es cierto –dijo Tari- hueles horrible, a troll.


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Oli fue a la herrería de Wille que era un hombre enorme, aunque viejo y con una pierna menos, todavía era capaz de tumbar a un toro de un puñete.
-Hola, Oli –le dijo Wille.
-Necesito una armadura –dijo Oli.
-Hiciste algo importante por todos nosotros. Regresa dentro de cinco días y la tendrás.
En la mañana del quinto día, Oli fue a verlo.
-Hola, Wille, ¿cómo estás?
-Caliente y necesito más calor. ¿Puedes traerme un poco de leña?
-Si, claro.
Oli se encaminó a un galpón que estaba a unos cien metros de la herrería donde estaba el almacén de troncos. Cuando Oli estaba eligiendo los troncos que iba cortar, escuchó que alguien pronunciaba su nombre.
Al darse vuelta, descubrió que era Siron y cuatro de sus amigos más cercanos. Entonces les dio la espalda y se concentró en lo que había ido a hacer.


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-Así que el salvador del pueblo no puede dignarse a mirarnos ¿eh? –dijo de pronto Siron. -Vamos, seguramente no se te habrá subido a la cabeza todo ese asunto se ser el héroe del pueblo. No estuviste solo ese día ¿o acaso olvidas que todos colaboramos? Todos los que estuvimos allí merecemos una parte del botín. Así que quiero que me des la armadura que Wille te está haciendo. Tú puedes quedarte con la espada, yo solo quiero la armadura.
-Que yo recuerde Siron –dijo Oli, mirándolo de igual a igual, sin temor alguno-, no estuviste allí cuando enfrentamos al Troll. Estabas colgado del cuello de tu caballo que huía espantado.
-Mira, Oli –dijo con furia Siron-, no tienes alternativa alguna, o me entregas lo que te pido o no vuelves a caminar.

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Oli vio a cada uno de los acompañantes de Siron y le dio risa recordar que alguna vez ellos lo habían amedrentado. Parecía que eso había pasado siglos atrás, en algún remoto y extraño lugar. Pero ahora, después de oler a centímetros el ácido y fétido aliento de un Troll, de sentir el poder de su martillo, de oír la furia atronadora de su rugido, qué miedo podían producirle cinco muchachos de su edad.
Uno de los muchachos dio un paso agresivo hacia adelante. Pero Oli se adelantó y lo golpeó en la barriga. El muchacho cayó gimoteando al piso.
Los otros, superando la sorpresa del ataque, se plantaron bravuconamente delante de él, pero Oli sin mediar palabra, lanzó un golpe en las piernas de uno de los chicos y a otro le propinó un puñete en la nariz. Los demás retrocedieron


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Siron intentó golpearlo, pero Oli esquivó el puñete, entonces lo tomó de la solapa del abrigo de lobo con el que se pavoneaba pot todas partes y lo lanzó contra el suelo.
Sirón cayó boca abajo y Oli, con la rapidez de un gato, le puso un pie en la nuca y presionó:
-No más Siron, se acabó. Escucha bien lo te voy a decir: n o te me acercarás, ni a mi ni a mis amigos. No toleraré ninguna broma tuya, ni tus robos y mañana irás a mi puerta a dejar todas las cosas que durante años me quitaste... ¿está claro?
Siron no emitió ruido alguno.
-¿Está claro? -repitió Oli.
-Sí, si -dijo Siron con el poco aire que le quedaba
Enseguida lo dejó, tomó el hacha y comenzó a cortar la leña que Wille le había pedido. Siron se puso de pie y se alejó con su grupo de amigos.

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Media hora después, Oli volvió a la herrería cargando una carretilla llena de leña.
Lo que vio sobre una mesa lo dejó sorprendido. Wille había acomodado una hermosa y reluciente armadura azul con el dibujo de unas alas en la pechera. La espada que estaba al lado, era igual de reluciente.
-Pruébate la armadura –le dijo Wille.
Oli se la puso y se vio en un espejo. ¿Cuántas veces se había imaginado así, cuántos sueños había tenido de si mismo empuñando una espada y reluciendo dentro de una armadura tan hermosa como ésta?
Después, Oli se dirigió a su casa, con la armadura puesta. Cuando llegó notó que su abuelo conversaba con alguien en la puerta.
Era Oswald que el al verlo, pensó: “Dios mío, se ve como su padre, es como si viera a mi hijo otra vez.”

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También Oli estaba sorprendido con lo que vio. Oswald conversaba con un enorme Centauro, armado hasta los dientes de espadas y cuchillos y vestido con una portentosa armadura.
-Buenas tardes –dijo Oli.
El centauro le respondió con apenas una seca mirada. Oli miró a su abuelo y este, con una seña, le indicó que se metiera a la casa.
-¿Es él? –preguntó el Centauro, cuando Oli ya no estaba con ellos.
-Sí –respondió Oswald, con sequedad.
Mientras tanto, Oli había ido a su cuarto donde se quitó la armadura, dejó su espada sobre la cama y contempló su ajuar de guerrero. Entonces volvió a escuchar la voz de su abuelo, como un rumor, y enseguida se preguntó: ¿quién será ese Centauro y qué estaría discutiendo con el abuelo?