Libro 4


4. El canto de Atalanta


1
En las profundidades de los océanos, durante más de doscientos años, sirenas y tritones resistieron a las fuerzas del mal. En sus ciudades submarinas los héroes de la superficie encontraban protección y seguridad para la información que portaban.
Pero el mal formó ejércitos de criaturas para la guerra submarina. Grandes y ricos reinos fueron destruidos uno tras otro. Los tritones fueron esclavizados en las fortalezas descarna, donde miles fueron utilizados como conejillos de indias para experimentos que la colonia de científicos Sirros desarrollaba en sus mazmorras.
La población de tritones decreció de manera tan alarmante que se creyó que desaparecerían. Las sirenas libres tuvieron que aprender a defenderse y poco a poco se convirtieron en aguerridas defensoras de sus territorios.

2
Gracias a las sirenas, naves de guerra y cargueros de provisiones del general Orlando muchas veces no llegaban a sus destinos.
El general de las fuerzas del sur, Croj recibió la orden imperial de eliminar la plaga del mar para lo cual fue puesto al mando de ejércitos de vesparianos y Scrans.
Una de las más grandes ciudades del fondo marino era Sincorine, llamada la joya del mar. Era conocida por su muro de coral blanco,  y su reina era Megale, esposa del gran rey Tritón Octon, que falleció en la gran batalla de las Océanides, recordada por todo ser marino porque que definió los límites de la nación vespariana.
La pareja real tuvo cuatro hijos, tres sirenas: Lagia, Asteria y Atalanta y un tritón llamado Atlón que fue raptado a los doce años durante un ataque vespariamo.


3
Algunos de los pocos lugares secos que había en Sincodine eran sus biobliotecas, protegidas del agua por unas grandes esferas llenas de aire. Muchos de estos libros alimentaban la imaginación de Atalanta, la más joven de las princesas. Y una de las preguntas que más le angustiaban era ¿por qué nunca los de la superficie habían sido llamados a ayudar, si los archivos hablaban de poderosos y valientes héroes que eran respaldados por sirenas y tritones?, ¿Qué había cambiado para que marinas y terrestres ya no se ayudasen mutuamente?
Había querido averiguarlo y se lo preguntó un día a su madre, pero la reina le respondió con una furia soberana y acabó enviándola a su cuarto, sin explicación alguna.

4
-¡Derrumbeee!- gritó de pronto una centinela y un estruendo terrible dio cuenta de que algo terrible estaba pasando.
-Mi señora, los vesparianos atacan, son demasiados -dijo una de las guardias a la reina.
-Madre, es un ejército de vesparianos –interrumpió Asteria, ya ataviada con la armadura de batalla-, solicito permiso para iniciar el  contra ataque.
-Permiso concedido- dijo la reina dirigiéndose de inmediato a su armario a colocarse la armadura real.
Atalanta le pidió permiso para pelear.
-Quiero defender a nuestro pueblo, como mi padre, como tú y como mis hermanas -dijo la joven, decidida.
-No, tu trabajo es muy importante. Lleva a salvo a las ancianas y a las demás jóvenes a un lugar seguro, así ayudarás mucho más. Hazlo pronto.

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Mientras tanto, en la entrada de la ciudad, Sirenas y Vesparianos luchaban y morían en una batalla terrible. Asteria era la líder de una elite de sirenas llamada “La guardia del coral rojo.” Su aparición en el campo de batalla daba ánimo a sus hermanas. Sus armaduras eran rojizas y sus armas, lanzas de doble cuchilla, letales. Se decía que una herida producida por sus lanzas, si no era mortal, dejaba una herida que nunca cerraría.
Ochocientas sirenas componían este regimiento que fue al frente y contuvo e hizo retroceder al ejército Vespariano.
Pero cuando el enemigo parecía estar en retirada, aparecieron los Scran, unas espantosas criaturas creadas a partir de crustáceos, en forma de enormes humanoides, provistos naturalmente de armadura, pinzas terribles y tenazas poderosas.

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Los scran embistieron a la guardia de coral rojo y entraron a la ciudad donde comenzaron a causar estragos y destrucción sin piedad alguna.
Las sirenas devolvían con tenacidad el ataque y mantenían a los scran en una línea que avanzaba y retrocedía constantemente. De pronto, sonó una señal y los scran se replegaron.
Pero no era momento de sosiego, ya que esta era la táctica que utilizaban para pelear: ataques constantes con la finalidad de reducir la capacidad del enemigo y luego un repliegue estratégico para retomar energías y crear confusión entre aquellos a quienes asaltaban.
Los vesparianos poseían una inteligencia superior que los ponía al frente de los scran que eran francamente primitivos.

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-No podremos resistir, madre-dijo Atalanta a su madre-. Nuestra gente muere. Necesitamos ayuda de la superficie, iré a buscarla.
-¡No pediremos ayuda! Aguantaremos. Lagia, que preparen la evacuación de la ciudad. Asteria, quiero las cifras de heridas y de guerreras disponibles para colocar una defensa sólida y una escolta adecuada a nuestras refugiadas. Atalanta, apoya a tus hermanas.
-Pero madre –insistió Atalanta.
-¡Obedece, Atalanta! No es momento para discutir ideas descabelladas -dijo la reina
Las hermanas apenas la miraron, se dieron media vuelta y salieron a cumplir las órdenes. Pero Atalanta, sin pensarlo, nadó velozmente hacia la superficie, decidida a buscar ayuda. Sabía muy bien que sus hermanas corrían grave riesgo, pero se sentía obligada a hacer algo aunque molestara a su madre.

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Una patrulla de vespars estaba en la superficie, oculta detrás de una mancha de algas. Atalanta los vió cuando comenzaron a perseguirla.
Un antiguo barco hundido le dio oportunidad de perderlos. Un enorme tiburón merodeaba por allí. Atalanta se dirigió hacia él emitiendo sonidos perceptibles solo para los escualos.
-Gran Tiburón, soy Atalanta, hija de Octon, me buscan terribles criaturas que vienen hacia acá. Te ruego que me ayudes.
-Hija de Octon –dijo el tiburón-, siempre hemos sabido lo que ocurre aquí, pero el orgullo de tu madre nos ha impedido colaborar. Tu padre tenía muchos amigos como yo, pero se dispersaron cuando él murió. Me pides ayuda, y yo no puedo negártela. He visto a los vespars que te siguen ¿Tienes algún plan?
-Sí, tengo uno –le dijo la princesa.

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El tiburón se retiró. La princesa se ocultó entre los restos del naufragio. Pero los vespar habían rodeado la nave para llegar por detrás y ahora tenían a Atalanta cercada.
Uno de los vespar arrojó su lanza, con toda su fuerza. La sirenita dio una vuelta completa y la lanza impactó contra una pared de la embarcación y la atravesó con facilidad.
La sirenita intentó nadar hacia arriba, pero el vespar que la atacó la retuvo por los hombros. Ella forcejeó pero el vespar era mucho más poderoso. Sin embargo, con un coletazo, Atalanta golpeó el mentón de su captor e hizo que éste la soltara. En ese momento, una sombra se acercó velozmente. Era el tiburón, que cayó a toda velocidad sobre uno de los vespar, lo atrapó entre sus fauces por un costado y se lo llevó hacia las profundidades del mar.

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Sorprendido, el segundo vespar fue tras la princesa que volvió a descender al barco. 
El véspar comenzó destrozar la embarcación con poderosos golpes de su lanza, pronto no habría lugar donde esconderse, entonces la sirena debió salir a mar abierto.
El temor ganaba en su espíritu y sentía que sus oportunidades desaparecían. El vespar terminó de hacer añicos el casco de la nave, mientras exhalaba turbias burbujas de cólera que salían de sus fauces llenas de numerosos dientes afilados. Miró con ira a los ojos de la pequeña princesa, pero enseguida la mirada de la criatura se desvío un poco por encima de Atalanta y su expresión se volvió más furiosa.
Atalanta descubrió que atrás estaba su amigo el tiburón. Vespar y  tiburón se mantuvieron en su sitio, mostrándose sus filosos dientes.

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El vespar no temía luchar contra un tiburón, a su favor estaban su lanza, sus manos y sus dientes afilados.
Atalanta observaba asustada la escena. El vespar se decidió a atacar primero. Seguro de sí mismo, había dejado su lanza detrás de él. Su potente mordisco produjo una enorme herida en el tiburón que comenzó a nadar y a arrastrarlo con toda sus fuerzas. El vespar no lo soltaba. El tiburón, desesperado, aumentó la velocidad, y estrelló a su enemigo contra una formación de coral. El vespar finalmente se soltó del tiburón: ahora mostraba también profundas heridas. Ambos estaban heridos. Solo uno acabaría con vida.
El vespar atacó nuevamente, el tiburón lo evadió, dio una vuelta y embistió por detrás y clavó sus dientes en la criatura una fuerte mordida en el costado, luego nadó y desapareció. El Vespar, desconcertado y malherido, esperaba y de pronto, otra vez, el tiburón apareció.


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Atalanta se abrió paso entre los bancos de peces que asustados se juntaban. Buscaba a su amigo. De pronto, comenzó a ver una sombra que se acercaba. No podía reconocer quién era.  
La alegría de la sirenita fue la respuesta. Nadó hacia el tiburón y lo abrazo con cuidado pues estaba herido. Pero el tiburón se sacudió con violencia y empujo a la sirenita a un costado: así fue como esquivó la lanza que les habían arrojado.
Atalanta había olvidado por completo que la patrulla que la había estado persiguiendo, no era de dos sino de cuatro criaturas que se habían separado en dos grupos para darle caza.
El segundo grupo los había tomado por sorpresa, con su amigo herido y su poca fuerza, las oportunidades eran casi nulas.
Pero el tiburón se lanzó a un ataque suicida.

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-¡Huye princesa, huye!- le dijo el bravo tiburón tomando de un brazo a uno de los oponentes más cercanos, mientras éste lo golpeaba con el brazo libre.
Atalanta había desaparecido.
El segundo vespar se acercaba a la pelea con la lanza. Y entonces sucedió: la sirenita no había huido, había ido por la lanza del vespar y con ella atravesó a uno de sus perseguidores, a quien tomó por sorpresa.
Asustada, la princesa Atalanta se hizo a un lado, mientras el líder vespar caía al fondo marino.
El tiburón volvió a decirle que huyera. Estaba herido y con el peso del vespar, que tenía cogido por la boca, se despidió de la princesa, mientras se hundía lentamente en el fondo del mar hasta perderse en la oscuridad.

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La princesa nadó desesperadamente y lloró por el sacrificio de su amigo. No muy lejos de allí se hallaba la fortaleza anfibia de las sirenas. La mitad estaba bajo el agua y la otra sobre tierra firme, ambas eran una sola edificación, perfectamente camuflada por líquenes y barcos destruidos.
Nadó hacia la costa convencida de que encontraría a alguien. La playa estaba desierta, salvo por algunas algas y erizos de mar. Nadó apresuradamente hacia la siguiente playa e hizo lo mismo de playa en playa.
Y así siguió su búsqueda, hasta que agotada, se tendió a llorar en la arena.
Pero no muy lejos de allí, una amazona desterrada y un paladín muy mayor, la vieron y se acercaron a ella.
-¿Qué te pasa? –le preguntó él.
-Es mi pueblo, está siendo atacado y necesito ayuda.
-Ayuda –dijo el viejo Paladín- ya, para qué.

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-¿Para qué? –dijo Atalanta-, porque allá hay vida y hay que defenderla de la muerte.
-Jovencita, tengo setentidós años de vida, llevo cincuentisiete luchando y con la experiencia que tengo no me queda ya más que aceptar que la humanidad misma se ha condenado: el orgullo, la vanidad, la codicia, la envidia, todas estas cualidades cultivadas por siglos nos condujeron hasta aquí, ahora que es ya tarde para todo.
-Usted tiene razón, Señor, el orgullo es malo, mire lo que nos hizo a nosotras, las sirenas, corren peligro por su tonto orgullo, pero ahora vengo a pedirle ayuda para mis hermanas… por favor…
-Durante toda mi vida ayudé a quien lo necesitaba, pero es una tarea imposible. Ver que la gente que ayudas vuelve a reincidir en los mismos errores es terrible.

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Mientras hablaba, un sonido muy bello llenaba el lugar, una melodía hermosa pero triste que contaba la historia de una pequeña, de su pueblo en grave peligro, de la perdida de un hermanito, de la muerte de un rey, de una reina encallecida y orgullosa por el peso de la responsabilidad. Era una súplica cantada por la sirena, tan dulcemente que el corazón del paladín se enterneció. La amazona, conmovida también, sintió una gran familiaridad con la historia de la sirena pues se parecía mucho a la suya.
Le dijo a Atalanta que regresaría con ayuda pero que necesitaba que la guiara. Atalanta, presintiendo la caída de su ciudad, supuso que sus hermanas conducirían a las sirenas a la fortaleza anfibia y le dijo a la amazona cómo llegar.

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Mientras tanto, los Scran, con sus enormes tenazas, destrozaban las paredes de la ciudad como si fueran de papel. La lucha estaba perdida.
Asteria y sus sirenas retrocedieron abriéndose paso entre las vesparianos y esquivando a los Scran. Llegaron hasta las filas de su hermana Lagia. Entonces hicieron sonar la alarma de retirada.
Mientras se alejaban, las sirenas vieron como la bella Sincorine era convertida en ruinas. La reina Megale iba con la extensa caravana de refugiadas hacia la fortaleza anfibia. Las últimas en llegar fueron las sirenas guerreras, trayendo a sus heridas, y la ahora reducida guardia del coral rojo. Asteria traía una flecha en el brazo, pero seguía repartiendo órdenes. Lagia, por otro lado, sacaba cuentas de los víveres y los números de refugiadas. El trabajo era intenso.

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La amazona fue en busca de sus compañeras y el paladín se presentó formalmente ante la princesa Atalanta.
-Mi nombre es Craiton Renard Urthen Zeljko, a sus servicios, yo la acompañaré y ayudaré en lo que esté a mi alcance, guíeme por favor -dijo el paladín.
-Pero, señor, ¿cómo podrá ir usted si no posee embarcación y tampoco puede respirar bajo el agua?
-No te preocupes pequeña.
Diciendo esto, Craiton saco su martillo y arrodillándose y con el martillo en sus manos, realizó una plegaria. Después de unos segundos, el martillo resplandeció unos instantes, luego el paladín dijo: –Listo ahora si podré ir contigo -pero Atalanta se preguntaba cómo, no entendía porque no había ningún cambio.
Finalmente iniciaron el descenso, y la sirenita notó que el paladín podía respirar perfectamente bajo el agua.

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-Señor Craiton ¿qué hizo?
-Es la plegaria de la vida, gracias a ella puedo tener vida sin necesidad de respirar. Dura aproximadamente cuatro horas, así que apurémonos.
La sirena estaba maravillada, qué otras cosas mas podría hacer aquel paladín.
Se dirigieron hacia la fortaleza anfibia, poco fue lo que se acercaron pues las centinelas los detuvieron con sus lanzas y exigieron la liberación de la princesa Atala.
-Alejen esas armas de mi amigo, como se atreven a amenazar sin preguntar, quiero ver a mi madre de inmediato y el señor vendrá conmigo -dijo Atala.
Las guardias se hicieron a un lado. Mientras éste ingresaba, su asombro se hacía más evidente ante la magnifica y extraña edificación. Pero el asombro era también de las sirenas que no veían a un humano de cerca desde hacía muchos años.

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La princesa y el paladín llegaron ante la reina Megale.
-Me desobedeciste –le dijo a Atalanta-. Y traes gente que quizá ocasionó la muerte de tu padre.
-¿Cómo? –preguntó Atalanta, consternada.
-Hace muchos años tu padre salió a combatir al lado de gente que decía ser su amiga. Eran de la superficie. En medio de la batalla lo abandonaron a su suerte.
-Señora –intervino el Paladín- no sé cómo sucedió, ni quien fue responsable de lo que usted cuenta. No tengo que pedir disculpas por algo que no hice. Sólo sé que di mi palabra y lucharé al lado de esta niña, y de ustedes, aun cuando mi vida se vaya con mi palabra.

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Las alarmas del lugar sonaron en ese momento. Era un nuevo ataque vespariano. Habían llegado más pronto de lo que se había pensado.
-Creo que no hay tiempo para discutir –dijo el paladín y salió alzando su martillo.
El paladín se acercó a las sirenas e hizo una plegaria, y un destello de color rojizo envolvió a Asteria y a sus guerreras.
Los Vesparianos habían cambiado su estrategia de ataque y esta vez eran los Scran los que estaban a la vanguardia.
No tenían dudas de que acabarían con las sirenas. Un enorme cañón de múltiples arpones fue disparado y decenas de arpones gigantes impactaron en la fortaleza.
Los scran comenzaron a golpear las paredes. Pero las sirenas de Asteria respondieron y comenzaron eliminarlos con facilidad, aunque eran demasiados.

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El paladín hizo otra plegaria y nuevamente su aura rojiza se esparció entre las guerreras de Asteria, que adquirieron una fuerza sorprendente.
La victoria comenzó a ser una posibilidad para las sirenas que acababan con los Scran rápidamente. Más todavía cuando apareció el tiburón que había defendido a la princesa. Atalanta estaba feliz, aunque sus hermanas no entendían por qué. Cientos de escualos lo acompañaban, y calamares gigantes, pulpos enormes, y miles de medusas que salieron de las sombras para atacar a los vesparianos.
Los vespar parecían en desventaja tenían un arma más: una legión de Vespalos, criaturas parecidas a los vespar pero con la mitad del cuerpo de un escualo: eran mas grandes, nadaban mucho mas rápido y sus mandíbulas estaban más desarrolladas. Solo no eran anfibios.

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El paladín sugirió llevar la batalla a la superficie y así se hizo. Las amazonas esperaban con arcos y flechas. Los vesparianos que emergieron fueron sorprendidos y eliminados.
Los vespalos lograron penetrar las defensas. Al paladín se le agotaba el aura de vida y tendría que salir a la superficie a respirar. Mientras tanto, las amazonas ultimaban a los enemigos que se asomaban. Al cabo, era obvio que debían bajar para ayudar.
Entonces el paladín volvió a emerger y usó su martillo de nuevo. Una plegaria más repartió entre las amazonas el don de sobrevivir sin respirar. Las amazonas descendieron y con sus flechas comenzaron a atravesar las armaduras de los scran.
Los vesparianos se vieron reducidos de una manera alarmante y entonces ocurrió: las fuerzas del mal comenzaron a retirarse.

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El paladín estaba demasiado débil y se desmayó. Las sirenas lo llevaron rápidamente a la playa. El señor Craiton se reconfortó sobre la arena. Su cabello se había tornado completamente blanco y se veía más anciano, pero conforme.
Atalanta y sus hermanas estaban felices. Descubrían que una promesa de ayuda mutua nacía entre las razas.
La reina Megale abrazó con orgullosa a su hija y recobró para ella misma la capacidad de confiar en los demás. El tiburón se convirtió en el mejor guardián y amigo de la princesa. Craiton se quedó en la fortaleza anfibia donde habían de cuidarlo. La amazona, Kaia se llamaba, dirigió a sus congéneres en la construcción de un fuerte que fue levantado junto a la fortaleza anfibia. Una nueva y poderosa alianza había nacido entre amigos de dentro y fuera del mar.