Libro 8


El Nuevo Imperio

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Las bravas amazonas son orgullosas, guerreras, diestras en el manejo de lanzas, del arco y de la flecha. Han sobrevivido gracias a sus excepcionales habilidades en combate y a su estricta disciplina.
Pero el mal las tiene en la mira.
La orgullosa reina Kaina gobierna Jabalina, la más grande de las ciudades amazonas. Está rodeada por 4 fortificaciones menores que vigilan los caminos que conducen a la ciudad.
Allí viven miles de guerreras que entrenan cotidianamente y entre ellas también hay diferencias. Las valkirias son capaces de aumentar, por un tiempo, su tamaño y fuerza. Utilizan armaduras pesadas que las protegen y son expertas combatientes de cuerpo a cuerpo. Son las más poderosas de las amazonas.

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Cuando las valquirias crecen en tamaño, multiplican su poder y son más fuertes que un Orco, vencen fácilmente a un troll, o a un grell. Pero el efecto es por un corto tiempo, luego de lo cual quedan débiles por el esfuerzo.
Son capaces de levantar enormes pesos y lanzarlos contra sus enemigos. Usan grandes lanzas cuyas puntas pesan entre 25 y 40 kilos. Sus armaduras son de una fusión de dos metales: el Argadiun y el Aramantio que forman Argamantio, material dificilísimo de penetrar, pero que se estira de manera que las valkirias  crecen en una batalla, sus armaduras crecen con ellas.
Son las constructoras por excelencia entre las amazonas porque pueden construir muy rápidamente casas o castillos gracias a sus habilidades físicas.

3
Las Furias, que a costa de su energía de vida pueden lanzar flechas encantadas de fuego, son del tamaño de los humanos y tienen un cabello rojizo, un rasgo que exhiben desde el momento en que nacen.
Son diestras en el manejo del arco y las flechas, su poder es tan grande como el peligro al que se exponen al usarlo pues cuando una furia lanza sus flechas encantadas puede caer desmayada a consecuencia de lo débil que queda al ejecutar su poder.
Pero las flechas encantadas toman la forma de vencejos de fuego, que vuelan con rapidez hacia el objetivo e incineran todo lo que haya en un radio de diez metros. Pero ha habido furias que ocasionaron explosiones de casi doscientos metros de diámetro, aunque luego han fallecido.

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Las amazonas comunes se dividen las labores domésticas y de soldado. Se les entrena cuando apenas tienen cinco años en el uso del arco y la flecha, y diversos artes de combate cuerpo a cuerpo, así como también labores comunes como costura, cocina, agricultura y caza.
Generalmente, las amazonas comunes  se visten con traje de tela largo hasta las rodillas, con adornos bordados. Pero cambian de atuendo cuando después del Quiapuk, un rito prueba que las convierte en verdaderas amazonas guerreras. Las pruebas son difíciles y todas las deben pasar a los dieciséis años.
Al pasar esta prueba reciben la primera parte de su armadura de guerra, pero tienen que ganarse las demás mediante acciones heroicas en batalla.
Cuando completan su armadura, ocupan rangos mayores y mas responsabilidades.

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Algunas Elfas viven con ellas. Los hombres están terminantemente prohibidos en el interior de la ciudad.
Hacen negocios con otras razas solo cuando es de extrema necesidad, y solo en las afueras de su territorio.
Las amazonas detestan a los hombres y no suelen hacer negocios con ellos, son orgullosas y no admiten que es necesaria la ayuda de otros aliados.
La intromisión de un hombre de cualquier raza es considerada una traición y un crimen, que es castigado o con la muerte o con el destierro de por vida.
La matriarca de la ciudad es una elfa de muchísimos años llamada Nessa Elinara y es ella a quien la reina Kaina suele pedir consejos antes de iniciar alguna acción.
La sabiduría de Nessa ha salvado ya en más de una ocasión a la ciudad.

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Cincuenta y seis años tiene la reina Kaina. Es una mujer muy hermosa y severa. Su carácter temperamental y su orgullo son legendarios. Es una furia poderosa y una magnífica estratega.
Desde los veintidós años está frente a Jabalina, cuando su madre, la reina Naikari, falleció durante uno de los primeros ataques que los grells llevaron a cabo.
Pero los grells no destruyeron la ciudad, solo causaron mucho daño y lo han seguido haciendo pero nunca han podido penetrar las barreras porque las fortalezas cercanas a Jabalina son fuertes.
Pese a las derrotas, grells y muertos, no dejan de atacar las ciudades. Y ahora, sin que se sepa en jabalina, Un gigantesco ejército del mal se aproxima. Dos poderosos señores de la peste, Melchi y Ramod, dirigen ese ataque.

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Todos saben que los señores de la peste detestan al general Orlando, pero lo obedecen por temor a quien ordena a través de él.
-Ese engreído de Orlando, siempre pavoneándose de logros ajenos -dijo con desprecio Melchi.
-¡Cómo desearía alcanzar a los setenta y largarme de aquí! -añadió Ramod
-Las armas de largo alcance no han llegado, seguramente las sirenas están interfiriendo –añadió Melchi.
-Destruiremos las cuatro fortalezas que rodean a Jabalina. Luego entraremos por las puertas de la ciudad –dijo Ramod
-Si los invocadores hacen su trabajo lo lograremos-pronosticó Melchi.
-Terminemos pronto para ir al lugar que mejor nos venga en gana -añadió Melchi.
Ramod sonrió con sarcasmo y lanzó con fuerza una cuchilla que se clavó en un mapa de madera que estaba colgado en uno de los lados de la tienda de campaña.

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Mientras tanto, en Jabalina una amazona que estaba por hacer el ritual del Quiapuk, llamada Caia-ra, se sentía invadida por extraños presentimientos.
Caia tenía dieciséis años y estaba convencida de que no era posible ganar la guerra contra el mal si seguían enfrentándolo solas. Pensaba que era necesario solicitar ayuda a otras razas y hacer un frente unido. Pero la mención de tal pensamiento era un acto de traición y podía ser castigada, así que había preferido callar.
Era huérfana, había sido criada desde los cuatro años por Amarise, una amazona que la encontró sola y asustada, después de que su caravana fuese atacada por trolls.
Amarise, aunque era una tosca Valkiria, había sido buena y cariñosa con ella y ahora estaba feliz porque Caia haría la prueba que la convertiría en una verdadera amazona.

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Ella sabía lo que Caia-ra pensaba y que nada la haría cambiar de parecer, incluso, si no era del agrado de la reina.
Amarise sentía orgullo porque pensaba que había criado muy bien a su hija, aunque sentía temor por lo que podría pasarle si la reina o alguna capitana se enteraba de las ideas de su hija.
A su vez, no solo eran presentimientos los que Caia-ra experimentaba. Llevaban ya un buen tiempo sin ser atacadas por las fuerzas del mal y eso significaba solo una cosa: que en cualquier momento podía suceder y que si se habían tomado más tiempo, era porque estaban preparándose mejor.
Había que prepararse entonces, reforzar las fortificaciones, establecer alianzas pero ¿quién  iba a hacerle caso? No era una princesa, ni hija de capitanas, solo una amazona más ¿alguien iba a hacerle caso?

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A la mañana siguiente, el ejército de Ramod y Melchi tomaba posiciones en las afueras de Jabalina.
Enormes rocas fueron lanzadas por las catapultas malignas en contra de la fortaleza del norte, mientras otro ataque iba contra la fortaleza del este.
La reina amazona salió de sus aposentos, ofuscada:
-Pero cómo es que las centinelas no se dieron cuenta –dijo la reina-, es imperdonable. Movilicen al ejército, las fortalezas no deben caer, dense prisa -dijo la reina.
Pero las amazonas ya estaban luchando y no daban cuartel. Los muertos caían por miles, incinerados por las furias o aplastados por las enormes rocas arrojadas por las valkirias.
La reina Kaina y sus guerreras formaron en la Plaza de Guerra y salieron de la ciudad para ayudar a sus hermanas.

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-Las amazonas salen de la ciudad -dijo un grell.
-Era el plan. Son tuyas, Melchi -dijo Ramod
La lucha cuerpo a cuerpo fuera de los muros de jabalina, comenzó. Las amazonas empezaron a caer por un flanco, pero un contingente de guerreras llegó en auxilio y acabó de inmediato con los invocadores. Muchas furias se sacrificaron para destruir las catapultas.
Cuando una de las fortalezas estuvo a punto de caer, las Valkirias recurrieron a redoblar su poder y eliminaron a los grells. La batalla terminó las tres de la tarde.
Caia había servido de guardia en los muros de la ciudad. Ahora veía que sus hermanas reían y gritaban felices. Pero sospechaba que algo mucho peor estaba por suceder.
Y así era. Orlando mismo había enviado un arma final para que los muros de Jabalina cayeran de una vez por todas.

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-Mañana acabaremos con ellas –dijo Ramod con una sonrisa malévola.
-Mañana descubrirán las intenciones de este ataque, -dijo Melchi.
En ese momento, un sonido de alas batiéndose con mucha fuerza llegó a la tienda de campaña, e interrumpió su conversación.
Melchi salió a ver de lo que se trataba. Afuera había un buitre espía, que en la pata llevaba una carta del general Orlando.
Nuevas órdenes
“En estos momentos y siguiendo con sus estúpidos métodos de batalla, habrán dejado que las amazonas los derroten sacrificando inútilmente a nuestros soldados.”
“En vista de su poca experiencia dirigiendo campañas, y por órdenes superiores, se les está enviando unas bestias de prueba, que suponemos harán todo el trabajo que ustedes ya deberían haber terminado.”

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Las criaturas son la última y más exitosa creación de las mentes enfermas de los Sirros, llamados Dingos. Espero que aprendan algo de estas bestias aunque no espero mucho de la futilidad de tales intenciones, dada su reducida capacidad de aprender, me despido de mis más ineptos servidores”…
“Deseo que pasen una noche terrible maldiciendo e insultándome, sabiendo que mañana irá alguien mejor que ustedes a terminar una tarea tan sencilla.”
                                                      Orlando

No mucho tiempo transcurrió desde el momento en que terminaron de leer la carta, cuando, sin emitir ruido alguno, quince enormes criaturas los rodearon.
Ninguno de los soldados, ni grells, ni invocadores, ni muertos, los había escuchado llegar. ¿Cómo lo habían hecho?

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Melchid y Ramod estaban sorprendidos. Ocultando su sorpresa, tras una despectiva postura, se acercaron a las criaturas que la noche tan bien ocultaba. La silueta era muy similar a la de un hombre lobo, aunque el tamaño era un poco mayor.
Qué de especial podían tener estas criaturas, pensaba Ramod, si tienen una apariencia tan común que bien podían servir como bestias de carga.
Ignoraba Ramod que los dingos tenían un sistema nervioso que les permitía rebasar los límites del dolor que soportaban otras bestias. Sus músculos eran voluminosos y su piel roja y tan dura que soportaban el fuego.
-Nos envían para hacer un trabajo. Las órdenes están en la carta que el ave trajo antes de nuestra llegada -dijo el dingo líder con una voz cavernosa.

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-No necesitas decirlo, sabemos leer, cuando nos hables no olvides tu lugar…-dijo Ramod.
-No estamos bajo el mando de nadie, ahórrate tus alardes, apestoso -dijo el dingo enseñando los dientes.
-Te enseñaré a respetar a tus superiores –dijo Melchi esgrimiendo su espada.
Los dingos mostraron sus afilados colmillos, y se pusieron en guardia.
-Si no quieren perecer aquí, a manos de algo más poderoso que nosotros, mas vale que guarden sus armas, aunque si por nosotros fuera ambos estarían en el suelo partidos en dos -rugió un dingo detrás de ambos señores de la peste.
-De qué hablas -dijo Ramod y sacó su espada y volteo a ver al dingo que por detrás aparecía.
-Las palabras sobran aquí, la interferencia será tomada como un acto ofensivo -dijo el dingo líder y a su aullido los dingos desaparecieron.

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A las dos y treinta de la mañana, una de las fortalezas amazona quedaba vacía. Lo mismo pasó con otras dos, en el más absoluto silencio. Antes de las 5 de la mañana, el fuego en las fortalezas creaba un juego de luces impresionantes y el humo que ascendía al cielo lucía como un espectáculo realmente siniestro.
Ninguna centinela tuvo tiempo de pasar la voz, todas fueron eliminadas.
Antes del amanecer, las puertas de la jabalina estaban abiertas. Rápidamente, las amazonas tomaron sus posiciones, listas para defender su ciudad hasta la ultima gota de sangre.
Dispersos y ocultos, los dingos atacaban y desaparecían de inmediato. Al amanecer, por fin una amazona divisó a una de las criaturas invasoras y pudo dar la alarma.
Por doquier, las soldados corrían de un lado a otro y las más jóvenes transportaban armas para sus hermanas.

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Los dingos mostraban ser máquinas terribles en la batalla, imparables. Sin temor alguno, recibían flechas y lanzas sin siquiera retroceder, pero tampoco las amazonas retrocedían A las nueve de la mañana, de pronto, los dingos retrocedieron y se retiraron.
-¡Reinaaa Kainaa! -gritó una capitana. Las bajas son enormes, no dejan de llegar nuestras hermanas heridas, las medicinas se nos acaban y esto apenas comienza. El enemigo se retiró y no sabemos por qué -dijo totalmente conmocionada.
-Esos malditos muertos, ellos y sus invocadores, ¿es que acaso no aprenden? Nunca podrán con nosotras… –dijo la reina
-No mi señora, no son ni muertos ni invocadores, ni grells, el enemigo es totalmente desconocido, por su apariencia diría yo que son hombres lobo.

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-Hombres lobo, pero cómo, ellos no ayudarían jamás a los ejércitos del maligno.
-Los hombres son indignos, son ellos los que traicionan los ideales… -dijo una capitana.
Caia nunca había visto tantas amazonas heridas ni tal cantidad de humo dentro de la ciudad. El presentimiento que la había estado atormentado se hacía realidad.
Temerosa por la situación, la reina misma estaba ataviada con su armadura de guerra. Sus guardias de elite, las “amazonas de la lanza roja”, la flanqueaban. La plaza estaba repleta de guerreras amazonas.
-Mi señora -dijo muy temerosa Caia-, me ofrezco como voluntaria para solicitar ayuda a los pueblos vecinos.
-¡De que estas hablando insolente, acaso sugieres que nosotras las amazonas necesitamos ayuda externa! -dijo llena de indignación la reina.

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-Mi señora, no conocemos al enemigo, las cuatro fortalezas y la entrada de la ciudad fueron vulneradas, necesitamos ayuda.
-¿De quién es hija esta insolente chiquilla? -preguntó la reina.
-Es hija de Amarise, la valkiria, mi señora -dijo una de sus guerreras de elite.
-Traigan a su madre aquí -ordenó la reina Kaina, cada vez más enojada.
Amarise llegó en el acto. Le habían informado lo sucedido.
-Mi reina -dijo Amarise–, disculpe usted a mi hija, ella es una persona muy… -Amarise interrumpió sus palabras viendo la determinación de Caia, y entonces decidió apoyarla: -Mi hija tiene razón, necesitamos ayuda...
-¿Cómo dices? –gritó la reina, sumamente furiosa –Irás al frente de batalla y tú, jovencita, a partir de este día no eres parte de mi reino, no serás una amazona más de Jabalina: vete, te destierro.

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-Pero señora... -replicó una de sus guerreras de elite.
-Sin peros, desde este momento tú y cualquiera que piense igual que esta chiquilla será desterrada –ordenó la reina Kaina.
-Muy bien -dijo Amarise–, Caia, vamonos de aquí.
Cuando Amarise se puso del lado de Caia, un gran grupo de amazonas decidieron acompañarla y salieron de la ciudad.
-¡Volveré con ayuda -dijo Caia mirando a sus hermanas, algunas de las cuales, al oír las palabras de la joven, cobraron ánimo.
Los que atacaron la ciudad ¿estarían cerca? Era una duda que atemorizaba al grupo. Sin la protección de la ciudad, estaban a merced de los enemigos. Pero caminaron sin que nadie las atacara, así que decidieron adentrarse en el bosque y acercarse a la costa.

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Caia se dirigió a la playa y dejó a sus hermanas y a su madre construyendo un refugio.
En la playa vio a un hombre con armadura y martillo. Era un paladín, y decidió pedirle ayuda. Pero en ese momento, una canción muy triste inundó el ambiente.
Era una sirena que se les acercaba. Su canto decía que su pueblo estaba siendo atacado, y que necesitaba ayuda. Ambos decidieron dársela.
Mientras el paladín y la sirena se sumergían en el mar, Caia corrió a avisar a sus hermanas que había encontrado nuevos posibles aliados, pero que antes debían ayudarlos en una batalla.
Las amazonas se apostaron en la playa y tensaron sus arcos: cuando cientos de vespars, vespalos y scran emergieron, las amazonas comenzaron a fulminarlos con sus flechas, mucho más potentes gracias a un aura que el paladín les había otorgado.

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La lucha fue cruenta y veloz. Los enemigos huyeron vencidos. Atalanta agradeció a ambos por la ayuda, entonces Caia les contó que su pueblo también estaba siendo atacado en ese momento.
Crayton y Atalanta decidieron ayudar. Se reagruparon y emprendieron el camino. Cuando se acercaban a Jabalina, encontraron a un joven cazador elfo, con un enorme lobo blanco, y Caia, también le pidió que las ayudara. El joven aceptó con una condición: que al final le dieran el arco y las flechas de la reina. Caia aceptó.
Para cuando el ejercito de Caia llegó a la ciudad, Media Jabalina estaba consumida por el fuego y los quince dingos seguían vivos y destruyendo todo a su paso, imparables.
De inmediato, las sirenas iniciaron su canto hipnótico y los dingos, quedaron totalmente embelesados por la música, pero el rugido ensordecedor de su líder los volvió a la acción.

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El cazador, llamado Snoram, envió a su enorme lobo que se disolvió como una bruma e hizo que los movimientos de los dingos fuera más lentos.
Por momentos, la bruma tomaba forma y el gran lobo blanco atacaba a los dingos.
Las flechas de Snoram impactaban una y otra vez pero no parecían surtir efecto. Las sirenas, las amazonas de Caia, y el paladín atacaron con todas sus fuerzas a los poderosos dingos.
Las furias, sacrificándose, lanzaron sus flechas e hicieron arder a dos dingos que incluso quemándose siguieron peleando.
Crayton usó sus auras, para pelear con uno de ellos. Eran oponentes increíbles, pero ya no podían moverse a causa de las numerosas flechas clavadas en sus cuerpos. Por fin, poco antes del anochecer, los quince dingos se marcharon malheridos, pero vivos.

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Las amazonas de Jabalina salieron a ver lo que había pasado. Ahí estaba Caia al mando de un ejército de sirenas, amazonas, un paladín y un cazador.
-Cómo te atreves a traer hombres a nuestro santuario, es un delito… –dijo la reina…
-Mi hija salvó tu ciudad –dijo Amarise- ¿así agradece a quienes ayudaron a su pueblo?
-Déjala, madre –dijo Caia-, sólo entrégueme su arco y sus flechas, y me retiraré.
La reina entregó sus armas.
Miles de amazonas siguieron a Caia y bajo su liderazgo fundaron una ciudad junto a la fortaleza de las sirenas. Esta alianza formó un reino, conocido luego como la Coalición Femenina. Amazonas, Sirenas, Gorgonas, Arpias lucharon bajo una misma bandera y así, la jovencita que ni siquiera pasó por su ritual de iniciación para ser amazona, se convirtió en líder de un nuevo Imperio, uno que sería temido, y se contarían historias, por toda la eternidad.