Libro 7


El Guerrero de la Luz

Los paladines de la Cruz de Plata han sido los más encarnizados opositores al dominio maligno de Goj y sus fuerzas. Juraron defender la justicia y proteger a los inocentes, incluso si sus vidas peligraban.
Por su valor y compasión son recompensados con auras divinas que les otorgan el poder de sanar sus heridas, o temporalmente incrementar su fuerza, energía o vitalidad y compartirla con aliados.
Errantes o al frente de ejércitos, los paladines siempre son temidos, por su uso de habilidades divinas.
Paladia es uno de los Templo-Palacio, más conocidos del continente, aunque en la actualidad solo quedan  tres bastiones similares,  Crucian, Caliztia, y Sacristal, los demás fueron destruidos siendo estos cuatro los más grandes bastiones de las ordenes de paladines existentes.
Paladia  resistió un sin fin de ataques, gracias a su ubicación, protegida por las imponentes montañas de Bardek, que forman una gigantesca e impenetrable muralla natural, y a pesar de tener en frente el contaminado país de Velorok, alguna vez un lugar habitado por múltiples razas, ahora plagado de revividos, grells y tipos raros de Troll.
Aquí, Paladines y Sacerdotes entrenan para enfrentar las oscuras fuerzas, que asolan el mundo.
La orden de la Cruz de Plata tiene más de cinco siglos y es uno de los linajes más conocidos, entre las diversas órdenes de paladines.
Los Uziel Zadine forman una respetada y poderosa familia, pilar de la orden, generación tras generación todos paladines o sacerdotes como parte de la tradición familiar.
Claer, el último hijo del gran Carlos Raimundo Uziel  Zadine, estaba ya en la fase final de su entrenamiento, y esperaba la prueba más importante de su vida, pues esta determinaría si estaba en la capacidad de portar el titulo de Paladín.
Desde los cinco años, había sido instruido en la lectura de las sagradas escrituras y ciencias secretas divinas, el estudio de las oscuras técnicas enemigas y el modo de contrarrestarlas con la luz de sus auras. 
El uso de la espada y el martillo, las únicas armas que le estaban permitido utilizar.
Sus hermanos mayores,  Gesem  (Paladín), Arbecca (Paladina), Lesteb (Sacerdote), Frida (Sacerdotisa), Ornella (Sacerdotisa),  ya habían culminado su periodo de entrenamiento y lo observaban constantemente, pues él era diferente a ellos, mientras sus hermanos estudiaban y aplicaban con seriedad, Claer corría y jugaba, siempre tomando a broma o sin importancia las cosas, razón por la cual su padre lo regañaba siendo aplacado por sus hermanos que siempre lo socorrían.
Daria la madre, era Sacerdotisa, falleció cuanto Claer tenía solo dos años, en el único ataque en el que las huestes malignas lograron pasar las puertas de la ciudad, protegiendo a su pequeño hijo, se sacrifico, colocando un escudo de luz en la plaza mayor interrumpiendo el paso de las tropas de revividos y recibiendo todo el daño de los invocadores, gastando toda su energía vital, dio tiempo para que los Paladines tomados por sorpresa, reunieran la fuerza para aplastar al ejército invasor.
Claer tiene un medallón con una D como inicial de su madre, hecho por Ornella, quien lo cría, siendo el consentido de sus hermanos.
Su excesivo cariño por las sabanas, le habían costado ya muchos castigos  por sus maestros, muy descuidado, generalmente era el único con la armadura sucia, y olvidar el casco en casa. Su armadura dorada lucia siempre opaca por la poca limpieza, y su martillo generalmente perdido en alguna parte.
Craiton Renard Zadine, era el nombre de su mentor, el cual lo andaba reprendiendo, por sus costumbres descuidadas,  pero se las arreglaba para darle lecciones que Claer no podía olvidar.
“No necesito pelear contra revividos y señores de la peste, este muchacho ya gasta casi toda mi energía”, “Si dedicaras la mitad del tiempo que duermes a estudiar, serias el maestro de tu padre”, eran palabras que usualmente repetía.
A Claer nunca le gusto su nombre, pero a diferencia de sus hermanos él no tenía segundo nombre.
Con el, eran otros siete estudiantes los que formaban parte del grupo que debía pasar la última prueba, los doce años de entrenamiento mostrarían su utilidad.
Ninguno de ellos había salido jamás del Templo, nunca tuvieron un enemigo real, solo simulaciones o criaturas contenidas, pero siempre bajo supervisión.
Aquella noche de luna llena, en la última ceremonia, recibieron su armadura definitiva, el arma de su elección, y el titulo de aprendiz, que portarían hasta canjearlo por su titulo real de Paladín.
Al día siguiente Claer busco la paz y el delicioso aroma de los jardines de Lilas, tendido sobre la hierba, no dejaba de pensar por primera vez con seriedad, en el peso de su apellido, Uziel Zadine.
Al tercer día de la ceremonia del aprendizaje final, tenían que acudir al templo principal para imbuir su arma con agua sagrada, la que daría a su arma la vida y energía con la que amplificaría el poder de sus auras.
Sus compañeros, le habían contado que después de eso, el martillo cobraba vida, que brillaba como la luna llena, y que se hacía ligera como las plumas, y que hasta hablaba, y muchas otras cosas, pero no  todo era cierto.
La mañana de la imbuicion, Claer se quedo dormido, y a su maestro no se le ocurrió mejor manera que con agua fría, que lo hizo saltar, se puso lo primero que encontró, cogió su martillo y salió corriendo.
Como fue el último en llegar a la capilla, no pudo evitar las mirada de enojo de su padre y los miembros del consejo.
Se acerco, se arrodillo ante un anciano paladín, que recitaba unos versos, mientras un sacerdote con un cáliz dorado en la mano derramaba su contenido sobre el martillo, pronunciando un corto rezo.
El martillo de Claer empezó a vibrar, y despedir destellos de luz,  se volvió tan ligero como una pluma, ahora venia la parte difícil, tenía que mantener el martillo en sus manos, pero este además de vibrar, se hizo pesado, y poco a poco se hacía mas y mas pesado todavía.
-¡No lo sueltes, si ese martillo toca el suelo, nunca serás un paladín, y esa arma se le dará a alguien más digno! – advirtió uno de los miembros del consejo, mientras el padre lo miraba fijamente pero como dándole animo.
Claer sudaba, el peso era excesivo, poco a poco sus brazos se entumecían,  salía humo de sus manos, ya no podía más.
¡Noo, no puede ser! Tanto tiempo había esperado esto, tantos años de entrenamiento, y ahora todo seria en vano, no, no podía fallar, ese martillo no tocaría el suelo así se le cayeran los brazos, o los dedos de la mano, no lo soltaría, era un Uziel Zadine, sus hermanos, su padre, no podía defraudarlos, pero el martillo pesaba más incluso.
Todos esos pensamientos lo atormentaban tanto como el peso del martillo, entonces pensó en su madre, lo orgullosa que se sentiría, este fue el pensamiento más agradable que tuvo,  gruesas gotas de sudor, caían por su rostro, pero de pronto, el martillo dejo de pesar, lo había logrado.
Claer estaba exhausto y muy asustado, se irguió, viendo a su padre, que le dio una sonrisa de aprobación, haciendo una reverencia a los miembros del consejo, se retiro.
Cuando salió de la capilla se dirigió al patio y luego al jardín de lilas, dejo el martillo en la hierba, y con dolor vio las palmas de sus manos se habían quemado.
El símbolo de su martillo relució y cuando Claer lo toco una luz del martillo paso a sus manos, al verlas, se quedo atónito, no había quemadura, emocionado y muchos pensamientos en la cabeza se fue a su habitación.
Al llegar a casa sus hermanos lo esperaban, una gran festín se había preparado en su honor, lo abrazaron y lo despeinaron como era costumbre de sus hermanos mayores, pero el no salía de su asombro.
Después del almuerzo, subió a su habitación y dejo con delicadeza el martillo a un costado de su cama casi como si fuera un bebe, se hecho en la cama a dormir su siesta, pero no podía cerrar los ojos.
Se sentó frente a su martillo y lo miro fijamente, las horas pasaban y Claer seguía mirándolo, como esperando que el martillo hiciera algo.
Así siguió toda la noche, y a la mañana siguiente pulió su armadura y limpio con sumo cuidado su martillo. Cuando Craiton entraba silenciosamente con un jarrón lleno de agua, se sorprendió de verlo despierto y listo, sobre todo con la armadura reluciente.
Tras hacer una venia a su mentor,  tomo su martillo y salió serenamente de su habitación, caminaba mirando el cielo que parecía más celeste que de costumbre, la capilla lucia tan bella como siempre, una blanca edificación, a la que el evitaba ir pues sus hermanos le contaban que allí su madre había fallecido.
Sus seis compañeros llegaron detrás, siendo por primera vez el primero en llegar, el consejo estaba en la plataforma, los siete se inclinaron y dio comienzo a un discurso de casi media hora, en la cual ninguno de los siete se movió.
-Doce años duro su instrucción, vuestra jornada como estudiantes termina hoy, a partir de hoy, el mundo será su casa, tendrán una jornada que determinara cuan capacitados están, para convertirse en Paladines reales.- dijo un paladín de mayor edad.
-Es importante que recuerden todas las cosas que les fueron enseñadas, no habrá supervisión alguna, una mala decisión, un titubeo, les costara sin duda la vida- agrego su padre.
-Tenemos la esperanza de que los siete logren cumplir su cometido, oraremos por ello, si alguno desea dar un paso atrás, no habrá mejor oportunidad, y si no, les deseamos el bien y una gran bendición – termino otro Sacerdote.
Frente a ellos una mesa blanca con bordes dorados, finamente tapizada con una tela blanca, tenía siete rollos sellados con una tira escarlata.
Tomen un rollo cada uno contiene una misión diferente, todas del mismo grado de peligro, recuerden que las misiones los pondrán a prueba a cada uno con tentaciones que no vivieron nunca antes.
Uno a uno se fueron levantando y en silencio, aunque con nerviosismo, cada uno de los siete tomo su rollo respectivo.
-Las puertas estarán cerradas para ustedes por treinta días, al cabo de los cuales se les permitirá el ingreso, solo si portan los objetos que se les envió a buscar, partirán de inmediato – Menciono un paladin anciano.
Claer no se atrevió a mirar atrás, pues quería despedirse de su padre, pero algo evito que volteara, con el rollo en la mano derecha y el martillo en la izquierda, fue saliendo de su hogar, finalmente las colosales puertas s cerraron tras él, sus compañeros y el abrieron sus rollos, y teniendo prohibido mencionar lo que en ellos decía, leyeron cada uno la misión encomendada, en silencio se tendieron la mano, y se despidieron, así uno a uno se fueron yendo en diferentes direcciones.
En el rollo de Claer decía lo siguiente:
Claer Uziel Zadine (Extraño, los rollos fueron tomados al azar como podía tener su nombre)

El arma por elección fue tu martillo, pero un arma adicional se te obsequiara, un escudo, uno diferente a cualquiera que puedas encontrar, pues este es especial.
El escudo se encuentra en el interior de un viejo cofre,  cerrado con un candado dorado, que tu martillo o alguna otra arma  no podrán  abrir por fuerza.
La llave la tiene Orgod, oculto en lo profundo del castillo, así mismo un valioso libro, al que te guiara tu martillo, se convertirá en tu fuente de sabiduría, no puedes tener uno sin el otro, de lo contrario habrás fallado.
Elimina a Orgod  amo del castillo, toma la llave, recobra tu escudo y el libro, ten cuidado, Orgod, no es ni hombre, ni bestia, nacida naturalmente.

Consejo de la Cruz de Plata
Eso era todo, ni siquiera había información del lugar, ni localización exacta del baúl, ni de Orgod, decía fastidiado Claer mientras seguía su camino, el castillo se hallaba a cuatro días a pie, se cruzo con un troll tuerto, al que supo evadir, no se sentía listo como para pelear, sin mayor incidencia, al caer la noche se tendió en el suelo, dejando su casco a un lado, se quito el peto y guantes y los coloco a un costado, y se quedo profundamente dormido.
A la mañana siguiente vivo todavía, pues era algo tonto haber dormido a la intemperie con tantos peligros caminando por doquier, se calzo la armadura y continúo su caminata.
En la tarde con un hambre terrible que hacía sonar su estomago, se detuvo ante una higuera, cargada de higos, que saciaron su hambre temporalmente.
Antes de caer la noche un naranjo le dio una cena suculenta, y el agua de un cristalino manantial, calmo su sed, aparentemente todo estaba saliendo muy bien, tal vez, demasiado.
Usando un poco más la cabeza y viendo lo peligroso de seguir por el camino, se aparto y con mas precaución avanzo, una bruma espesa, apareció, siendo lo más cauto parar, un enorme árbol cuyas raíces salían de la tierra fueron el refugio perfecto de aquella noche.
Por la mañana los candentes rayos del sol lo despertaron, casi medio día, y aunque solía dormir mucho, sintió que había dormido demasiado.
Cuando se ajustaba la armadura, vio a lo lejos el castillo de Orgod, el descuido, de casi cien años  rodearon la construcción de maleza densa, dándole una apariencia siniestra.
Cada paso que daba en dirección al castillo, parecía desvanecer la confianza del joven aprendiz de paladín,  casi igual que el fuego a la cera de una vela. Curiosamente todos los sonidos del bosque alrededor del castillo parecían desaparecer, casi se escuchaba por el lugar solo los latidos acelerados de Claer, que estaba cada vez más nervioso.
Las puertas del castillo estaban cerradas y selladas, por numerosos tablones clavados, como si quisieran evitar que algo saliera de allí dentro.
Claer entendió que el silencio no sería su aliado esta vez y que el factor sorpresa del cual tanto había escuchado a sus maestros, no podría utilizarse tampoco.
Tomando con fuerza su martillo con ambas manos, comenzó a golpear la puerta, pero las maderas eran tan duras que se le entumecieron las manos antes de lograr mellarlas.
Finalmente la noche llego y no había nada más que hacer que dormir, allí mismo, a la mañana siguiente, temprano y muy ansioso, comenzó su tarea nuevamente esta vez un suave fulgor de su martillo se activo, y pudo destrozar las puertas con cierta facilidad, por fin pudo entrar.
Claer inicio su recorrido por el lugar, la plaza estaba llena de tierra, maleza y telarañas, un olor fétido inundaba todo el lugar, el olor de la muerte estaba por todas partes.
Dentro de los corredores no había casi luz, y se guiaba solo con las manos apoyadas en las paredes, entonces sus pies chocaron con algo grande en el suelo, arrodillándose, y ciego por la oscuridad, toco una espada, que estaba rota, unos metros adelante choco con algo así como una mesa y un hacha de metal sonó estruendosamente al caer al suelo.
Ya con más miedo que nervios, pensó en retroceder, al corredor y salir de allí, tal vez volver más temprano, pero no podía ver nada. Retrocediendo llego al corredor, entonces una gota de sudor gruesa cayo por su rostro, algo lo estaba tocando en el tobillo, una mano, al parecer, pero otra lo cogía de la pantorrilla, y una y otra empezó a sentir como decenas de manos lo cogían evitando que se moviera, le era imposible ver, y avanzar o retroceder.
El temor dio lugar al pánico, y cuando parecía que este lo dominaba, Claer trato de calmarse un poco, sostuvo con más fuerza su martillo, este con un tenue fulgor, se encendió, y las manos desaparecieron de inmediato.
Un jadeo y un resoplido, los ojos amarillos encendidos que lo miraban desde la oscuridad,  resplandecían,  Claer solo atino a calmarse y se preparo para dar un golpe tal vez el más fuerte y desesperado que había dado en su vida. Al sentir muy cerca al animal casi sintiendo su aliento fétido en el rostro, golpeo tanto como sus fuerzas lo permitieron, lo siguiente fue el sonido de un cuerpo grande chocando contra algo, un aullido de terror lleno el lugar, y de pronto el aullido se fue apagando, como si la criatura que acababa de golpear hubiera caído en un foso muy profundo.

Continuara…